ADOLFO ARIZA
EL VIEJO YA NO HACE NADA
Él piensa que se distrae:
Barre la puerta que da a la calle, recoge la basura y camina hasta el parqueadero por el viejo Racer.
Regresa y se sienta bajo el almendro que cubre con su sombra la estrecha calle. Lee el periódico. Al rato se queda dormido con las hojas del diario dobladas sobre el regazo.
No tiene adónde ir. Excepto los sábados cuando se dirige a los lavaderos de la Calle Veinticuatro.
Es su peor día. Allí los chicos que le lavan el carro le preguntan por ti.
Se le humedecen los ojos. Dice que hace tiempo que no sabe nada de ti. Que no te ve, pero que debes andar por ahí. Que se abrieron. Que a lo mejor ya te casaste…
Los chicos ejercen su derecho a la maldad. Refieren algún chiste de doble sentido. Sonríen.
Nunca le preguntan por mí: el polichero que le volvió la vida patas arriba. Al que se le cayeron los trapos de brillar, el dinero que había hecho con el trabajo de la mañana y los potes de poli la primera vez que te vi.