SALVADOR PLIEGO
TU SILENCIO
Cántico de vida, noche perfumada,
Ilusión de sacristía llevaba el ramillete.
¡Tan bonita! ¡Tan preciosa!
Angelical su vestidura.
Caminando hacia el altar
Llevaba orquídeas en la falda,
Portaba rosas en el velo,
Sonreía su rostro inmaculado.
Se sentía prometida y deseada
Que aún las arras custodiaba,
Que aún laureles le peinaban.
Las argollas, la diadema,
Zapatilla en vidriería
Y las joyas de turquesa
Prometidas adornándole
La espalda.
¡Tan bonita! ¡Tan preciosa!,
Cuando iba en el pasillo,
Cuando todos murmuraban
Que iba embarazada
Y el padre por detrás
Encañonando al susodicho
Para que no se le escapara.
¡Tan bonita iba vestida!
¡Ah seductora y cautivante!
Aun con tus callados ojos negros
Emerges de la noche entre mis manos.
Eres como el fuego voraz de la planicie,
Como el hierro incandescente
Vertiéndose en vasijas.
El intrépido anhelo y deseo me vuelca
Hacia tu amor y nido,
Mientras tú, callada, miras las sombras de la noche.
Se interrumpen los fragores sigilosamente
Y al caer la oscuridad
Resuenan los poemas en el vértice de tus oídos
Y naces nuevamente silente entre mis brazos.
¡Ah de tu silencio que es el ansia de mi cuerpo!
¡Ah de tu boca que guarda las palabras!
La mirra hecha perfume,
El aceite suave de la lejanía,
El osado crepúsculo observante.
Y tú, muda, expectante,
Sin mover siquiera el rosario de tus manos,
Me llenas con tus ojos
En la penumbra del desvelo y de la guardia.
¡Ah de tu silencio entre mis labios!
Tu boca silente y plena de la noche en que desvivo.