SALVADOR PLIEGO
PABLO NERUDA
Mujer, mujer…
El canto de los cisnes hizo partitura
Para agradecer y embellecer tu nombre.
El Poeta alzó la vista, alzó la frente,
Y en el vendaval sonoro acarició en ti la pluma.
Oh mujer, mujer de canto, amada y poesía.
Oh tus ojos abiertos en las páginas del mirlo.
Oh tus lágrimas de tinta, las hojas blancas
Que escribieron y borraron en la huída.
Cuando nadie te esperaba ibas de tinta en tinta,
De verso en verso,
A derramar la noche en su agonía,
Y el verso se crecía aunque tu boca enmudecía.
No hubo suspiro que tu nombre no tocara.
No hubo lamento que a tu pecho no llegara.
Aún en la abrupta soledad de los viajeros
Tu nombre se evocó e hizo camino.
Ellos pidieron sed y vino,
y tú les diste aliento y consuelo;
Ellos tuvieron cieno y fuego,
tú el dolor y el niño en fruto.
Mujer, Mujer…
Te quedaste en la memoria de la ráfaga y del viento;
En el ciclo universal de la tierra y su universo;
En la vestimenta del pájaro y la flora.
Abrazaste al soldado lisiado y malherido
Y lloraste infinitas muertes en su herida.
Borraste de las listas el castigo
Y en cambio con tus besos reprendiste,
Doblegando al más valiente de tus hijos.
Ah mujer, mujer…
Tú contuviste en el pecho
La estrofa del enamorado
Y te ceñiste inmaculada a la naturaleza:
Al pájaro, al vuelo, al alpiste, a su enramada.
Te achicaste en la inmensidad del niño,
Te agrandaste en la pequeñez del hombre,
Y a ambos acogiste en el seno de tu carne.
El poeta lloró tu ausencia, tu huída y tu partida,
Y en la hermosura de sus versos
Grabó la máxima agonía
Que el dolor vertiera.
No hubo entre las coplas, ni siquiera entre los versos,
Ni uno de ellos,
Ni uno sólo,
La palabra que de amor su alma consolara,
Y su lágrima quedó plasmada por siempre en la historia.