JAHEL GUZMÁN VÉLEZ
EL PASEO
Después de noche de insomnio,
sueño y pasión de montaña,
con las cinco campanadas,
voz de alerta daba el alma.
Despertaba la oración,
en el filo de la cama,
y la ilusión locamente
desnudaba la mañana.
Pastos verdes…Campos amplios…
Un sombrerito de caña
sandalias de duro cuero,
con ampollas programadas,
morral de cabuya seca
o jíquera bien lavada,
donde cabía un suculento
fiambre con carne y con papas.
Y a “El Espinal” o a “La Venta”,
a “El Indio”, “La Margarita”,
“San José”…ríos, quebradas…
La verdad es que muy lejos
casi nunca se llegaba,
porque a mitad del camino,
del fiambre poco quedaba.
¡Ah, caminito de ayer…
capote…tierra mojada…!
Siempre nos faltaban nidos,
siempre nos sobraban ramas
para trepar casi al cielo
y echar a volar el alma.
…Carrusel de mil colores,
pentagrama de fragancias…
Caminos que andan perdidos
en los rincones del alma…
Cuántos ires y venires,
saltos, risas, cantos, gracias.
Era la tierra más nuestra
y más nuestra la montaña…
Más alto brillaba el sol,
más clara y más fresca el agua,
y la miel de los trapiches
era más pura y más sana.
¡Paseo…! Dulce paseo
que como estuche de nácar
has guardado sigiloso
el tesoro de mi infancia…
Ya no volveré a tus ríos,
ya no treparé a tus ramas
pero tu dulce recuerdo
lo llevo apretado al alma.