CARLOS ALBERTO VALLE SÁNCHEZ
 
Un Canto a la Vida y al Amor
 
     
 
 
 
 
   
 
 
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ARBEY LONDOÑO

LA FLOR SE MUERE

I

Una rosa sin duda se moría,
Agonizaba simplemente de tristeza,
De onda pena y fatal melancolía,
Pues e ha cometido con ella una vileza.

II

Los pajarillos pisaverdes de la selva,
La cuidaban de una rama hojosa,
Porque fueron testigos que fue virtuosa,
Por ello imploraban con amor, para que vuelva.

III

Y haciendo sonar gorgoteos mañaneros,
Le lisonjeaban, le sonreían y le cantaban,
Como disimulando las penas que llegaban,
En aquel lugar, lúgubre montañero.

IV

Y en empeño vano la rosa padecía,
Y sin saber por qué lo de su suerte,
Y aunque no quería morir, llego su muerte,
En una tarde gris y fría.

V

La tarde anterior contaba ella,
De una hada maligna muy celosa,
Que la vio a ella que era la rosa,
Que la besaban unos pajarillos por ser bella.

VI

Que depositaban en ella sus cálidas caricias,
Cual viento o brisa mañanera,
Como queriendo evitar que una hoguera,
Quemara su alma, cuando el camino empieza.

VII

Pero se fue extinguiendo en su casto organismo,
Las células sagradas de su vida,
Las que le daban valor, aunque perdidas,
Porque ya se encontraba al pie del abismo.

VIII

Entonces digo yo para que vivir de amor si no existe,
El olor perfumado de la rosa,
Por que antes no trato de huir vertiginosa?
Y más ahora que  vas dejando tus pétalos triste.

IX

Y convertida la mariposa en cruel oruga,
Se metió en tu sagrario misterioso,
Matando todo lo que en ti era virtuoso,
Para luego darse la fuga.

X

Y esa tarde nublada, triste y fría,
Los pétalos de la rosa fueron cayendo,
Y a la vez se fue muriendo,
Aunque en el fondo ella no lo quería.

XI

Pero tu hermosa florecilla humana,
Que andas por el mundo mostrando,
Tú hermosura sin igual pecando,
Te conviertes de pronto en esa vana.

XII

Y siempre  desdichada en abundancia,
Sólo te siega el impulso de exhibirte,
Y si muchos, verte y escribirte,
Ahora no lo hacen, porque perdiste tú fragancia.

XIII

Y sacrificaste tu pureza oh infausta,
Y desoíste la súplica de tu madre,
Pues preferiste más bien las juergas de comadres,
Prefiriendo que aconsejaran mal tu vida casta.

XIV

Y aunque naciste con buena semilla,
Y acompañada de luminosos sueños,
Quisiste al final vivir de ensueños,
Aparentando ser una maravilla.

XV

Al final perdiste tu partida,
Perdiste tu ilusión, perdiste el vuelo,
Y perdiste tú camino al cielo,
Por tratar de ser la preferida.

XVI

Por los embelecos de la vida suave,
Te fue llenando el cerebro de basura,
Y te fuiste creyendo una hermosura,
Y ahí lo perdiste todo lo que es grave.

XVII

Es que esa rebeldía de tu mundo,
Hizo aparecer la sucia oruga,
Que después de matar se dio a la fuga,
Buscando el lugar más profundo.

XVIII

Oh mujeres efímeras y locas,
Que sueñan acariciando espejismos,
Y aunque no me crean me da lo mismo,
Pero ustedes tienen corazón de roca.

IX

Oh mujeres víctimas de engaños,
Que sufren tenebrosas pesadillas,
Porque no cuidan con amor sus semillas,
Para que no tengan luego desengaños.

XX

y no olviden a la amante consentida,
Que por querer ser voluptuosa,
Entrego todo, como la desdichada rosa,
Que jugando al amo perdió su vida.