EPIFANIO MEJÍA 
			
            
            EL ARRIERO DE ANTIOQUIA 
			  Es lunes por la   mañana,
                apenas va amaneciendo,
                en el naranjo del patio
              ya chillan los   azulejos.
              Sentado sobre una   enjalma
                que está doblada en el suelo,
                aguarda con impaciencia
                su   desayuno el arriero.
              Juana, su mujer, le   trae
                chocolate en coco negro,
                con una arepa redonda
                y una tajada de   queso.
              Muerde, masca,   sorbe, traga
                y sopla y sigue sorbiendo,
                y con el último sorbo
                le dice a   Juana “Hasta luego”.
              Enciende un grueso   tabaco
                y, ya de la casa lejos,
                con los dedos en la boca
                silba llamando   a su perro.
              El blanco cachorro   cruza
                por los sembrados del huerto,
                y, ágil salvando las cercas,
                corre   del silbo al acento.
              Chupa, y bocanadas   de humo
                se lleva al pasar el viento;
                blanca ceniza corona
                la luz del   oculto fuego.
              - Caramba, Rita,   qué ojitos!
                - Caramba, qué zalamero!
                Saludes en la montaña
                a las   muchachas de Pedro.
              Regando rayos de   oro
                asoma el sol tras el cerro,
                como amarilla custodia
                que se alza en   oscuro templo.
              Alegre, cantando   monos,
                sigue su marcha el arriero,
                camino de la quebrada
                que queda   abajo del pueblo.
              Rita que canta   aporreando
                su ropa en el lavadero,
                oye sonar las albarcas
                del otro lado   del cerco.
              Deja de lavar y   fija
                sus ojos en el mancebo,
                y, “présteme la candela”,
                dice del agua   saliendo.
              Chupa el arriero el   tabaco
                y al ver que no tiene fuego,
                de su carriel va sacando
                eslabón,   piedra y yesquero.
              Suena el eslabón   rozando
                de la piedra el filo terso,
                rápidas chispas encienden
                la negra   yesca de lienzo.
              Y al sol brillando   sus trenzas,
                y al sol sus dos ojos negros,
                con su dengoso   donaire
                vuelve Rita al lavadero.
              Y alegre, cantando   monos
                sigue su marcha el arriero,
                camino de la quebrada
                que queda abajo   del pueblo.