CARLOS ALBERTO VALLE SÁNCHEZ
 
Un Canto a la Vida y al Amor
 
     
 
 
 
 
   
 
 
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RAICES DE LA RAZA

Para cantarte, Antioquia, subiré por mi sangre
Todos los afluentes callados del recuerdo
Y saltaré a las barbas brumosas del abuelo
Desde los ojos altos de cielo de mi madre.

Recogeré mi infancia, la que jugó en tus calles
Con cuatrocientos años de historia y de silencio,
Y escucharé que un río de escudos y abolengos
Golpea en mis palabras tambores sobre el aire.

Con labios de nostalgia diré nombres frutales
Para que se despierte la rosa de tus vientos,
Y sentiré en el árbol calcáreo de mis huesos
Un escuadrón de trinos custodiando el paisaje.

La humilde clavellina y el rojo “bienmesabe”,
Las ceibas centenarias y el casto limonero,
Me contarán la savia que rueda por tu suelo
Desde que tu eras hija de cédulas reales.

Subiré a la “Glorieta”, y al contemplar la tarde
-Romántica manola de antiguos aderezos-
 Evocaré la historia del Mariscal Robledo,
Con sus largos mostachos uniendo dos ciudades.

Cuando en los tamarindos con hábitos de fraile
Borda la luna el juego de raros arabescos,
Recordaré a la indiana que montó guardia a un beso
Vencido sobre el tiempo por los arcos salvajes.

Preguntaré al Tonusco, porque el Tonusco sabe
Por qué languidecía la rosa en los floreros
Y por qué en las pequeñas esquinas de un pañuelo
Todo valor temblaba junto a unas iniciales.

A la orilla del Cauca seguiré a los Nutabes,
A los bravos Tahamíes  a los Catíos fieros
Que a don Gaspar de Todas la espada le encendieron
Antes de tener fama de justo gobernante.

Con familiar confianza, pasaré los portales
De tus viejas casonas donde se asusta el viento,
Y buscaré leyendas de “espantos” y de “entierros”,
De “espíritus que penan” y sombras de aquelarre.

En actas empolvadas y archivos coloniales
Veré os blancos dientes de los esclavos negros,
Cuando una firma noble les hizo otra vez dueños
De sus propias nostalgias y de su propia sangre.

Y cuando la campana desgrane sobre el aire
Su elevada mazorca de trinos y de rezos,
Tomando de la mano mi ancestro y mis recuerdos
Entraré a las iglesias que me enseñó mi padre:

La Catedral austera, incensario donde arden
Las cenizas primeras del primigenio templo.
Allí está “La Conchita”, un milagro pequeño
Y azul como el antiguo “Cantar de los Cantares”.

Santa Bárbara, anciana pastora del paisaje.
Iglesia donde tiene pátina el “Padrenuestro”.
Frente a su “Inmaculada” pasa en sordina el cielo.
Mientras “La Aurora” llena de amanecer sus naves.

Anclada en la plazuela de trazos virreinales
“La Chinca” es un navío con proa a los luceros.
Al verla, se diría que hasta los campaneros
Junto al grito de bronce parecen capitanes.

Mi Padre Jesús, cofre de añejas humildades
Lleno de cal por fuera y de perdón por dentro.
Iglesita pequeña que custodia el sendero
“vencedor del orgullo y de las vanidades”.

San Pedro Claver, alta como el nido del aire.
Solitario vigía. Remanso del incienso.
Huella de la sandalia de quien amó a los negros
Y a la nostalgia esclava le acomodó vendajes.

Y por último, entremos a la iglesia del Carmen.
“La Vieja” está esperando. Hoy como en el pretérito,
Tengamos para ella alma de “cosecheros”
Y el corazón sencillo como un trino en la tarde.

En todas las iglesias, los pinceles geniales
Dejaron estos lienzos, todos de gracia plenos.
Son de la “PURA Y LIMPIA” madre del Nazareno
Ante quien se arrodillan los puntos cardinales.