JORGE ROBLEDO ORTÍZ
NUESTRA SEÑORA DEL PAISAJE
Señora de la fiesta: para tu porte heráldico
He traído un poema con raíces de casta.
No hallarás en sus versos la libélula frágil
Ni el abanico frívolo de la princesa Eulalia.
Es un canto sencillo que viajó de cotizas
Por los viejos caminos que ha seguido mi raza,
Para que le permitas subir a tu corona
A divisar el río que viene de la infancia.
Viajé a cantar mi tierra desde la fresca altura
De tu cabeza núbil donde la luz descansa.
Vine a decirte la estirpe de inéditos arrieros
Que alzaron el futuro de Antioquía en las enjalmas.
Traigo un canto andariego de carriel y mulera,
De escapulario al cuello, de nervios en el alma,
De arriador con paisajes, de sombrero de jipa,
De conquistas al frente y de tiple a la espalda.
Niña de los bambucos: cuando tu sólo eras
Un pétalo de nardo en las manos del alba;
Cuando aún la sonrisa ignoraba tus labios
Y tus ojos no habían encendido sus lámparas,
Existió un pueblo altivo, una estirpe procera,
Un puñado de hombres con perfil de montaña,
Unos viejos honrados que llevaban la vida
Para entregarla con coplas o repartirla en savia.
Fueron aquellos tiempos del fogón de tres piedras
Y del cariño humilde como la ropa blanca.
Entonces, el rosario se rezaba en mazorcas
Y dios llenaba todos los sitios de la casa.
La conciencia era simple, la fe de carbonero,
Los padres se morían al pie de su palabra
Y el tinajero rústico refrescaba el recuerdo
De una abuela remota que se arrugo de santa.
La única violencia lloraba los trapiches,
El corazón latía con vaivenes de hamaca,
Los amplios corredores iban hasta el crepúsculo
Y con el sueño a cuestas de la noche regresaban.
La paz era completa, las cruces no sabían
Improvisar calvarios al pie de las barrancas,
El saludo era bueno, y las seis de la tarde
Se dormían jugando “golosa” en las campanas.
El hogar de los viejos no tenía cicatrices,
La selva era un desfile de trinos y de hachas,
La bendición partía el pan sobre la mesa,
Estaba sin vendajes ni lutos la esperanza.
Los retratos antiguos, blasonaban la alcoba
El amor era puro, la caridad cristiana.
Y en las trojes repletas las mazorcas reían
De una luna anti-rusa, silenciosa y romántica.
En ese entonces, niña del paisaje antioqueño,
Con la oración del monte bajaba fresca el agua,
Los surcos le ceñían su promesa a la tierra,
La brisa andaba alegre como una colegiala
Y antes de dar las cinco en la iglesia del pueblo
Un huracán de cascos mordía la montaña.
Por caminos de piedra, por trochas y barriales,
Sin respetar alturas ni abismos ni distancias,
Marchaban los arrieros y marchaban las mulas
Y marchaba el futuro sin sombras de mi raza.
¡Mulas de aquellos tiempos! Pacientes servidoras
Que jamás escucharon elogios de su estampa.
Ellas no pretendieron ser como Rocinante
Ni tener los arreos de Babieca de España.
La sangre de las mulas era una sangre inédita
Sin altas charreteras ni acciones de batalla,
Pero el progreso busca en sus cuatro herraduras
Las condecoraciones más altas de la patria.
En nombre de esos tiempos he venido, señora,
A coronar tu frente de antaño soberana,
Soy un humilde heraldo de los hombres aquellos
Que forjaron un pueblo con Himno y sin coraza.
En esta noche cruzan por tu pelo de reina
Los Juanes y Felipes, Jaramillos y Loaizas,
Los que alzaron ciudades como alzando una orquídea
Y cubrieron la historia con un golpe de ruana.
El símbolo que llevas en tu real diadema
Recorrió los caminos abiertos de la patria:
Esa herradura estuvo en Anserma y Bolívar,
En el rancho costeño y en la choza del Cauca.
Ella sabe las rutas del café del Quindío
Y la de los espejos que vinieron de Francia.
Llevó por todas partes la voz de los abuelos
Y la promesa dulce de una novia lejana.
En la frágil corona que ceñiré a tus sienes,
Hay cien años de esfuerzos y de lucha titánica.
Cierra tus bellos ojos y sentirás que llegan
Cien arrieros con bultos de café y de esperanza.
No los abras, señora, espera que descarguen
En el rústico patio las cansadas enjalmas,
Para que con tu nombre se estremezcan los tiples
Y se rompa la noche con una serenata.
A nombre de Bolívar y de la Antioquía Grande
Dejo en tus leves sienes lo que fue mi montaña.
Esta corona tiene raíz de sietecueros
Y aroma campesino de trenza enamorada.
No soy yo quien la ciñe, es el primer arriero
Que hace ya muchos años salió de madrugada
A fustigar paisajes y a tomarse el futuro
Desde los cuatro puntos resueltos de su ruana.
Aquí están esta noche Epifanio Mejía
Y Gregorio Gutiérrez y Uribe, y Ñito y Barba.
También está Efe Gómez y el viejo Carrasquilla
Y el abuelo remoto y la abuela lejana.
No mires al poeta. Yo solo traigo un canto
Sacado del más hondo subsuelo de la patria,
Para decirte, a nombre de todos los arrieros,
Que ya el paisaje tiene su augusta soberana.