CARLOS ALBERTO VALLE SÁNCHEZ
 
Un Canto a la Vida y al Amor
 
     
 
 
 
 
   
 
 
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ORACION AL ARRIERO

Señor:
Tú que me diste la sencilla alegría
De andar de madrugada en madrugada
Despertando caminos que llevan al trabajo,
Mientras sube a mis venas la tierra enamorada;

Tú que encendiste el sol encima de mis mulas
Y me diste un carriel y unas cotizas y un rústico “yesquero”
Y un arriador trenzado de paisajes
Y un pan honrado y un pan sincero;        
        
Tú que cuidas mis hijos y mis viejos
Y mi ranchito lleno de goces franciscanos;
Tú que me diste un tiple que canta como el agua labrantía
Que baja de lavarle a Dios las manos;

Tú que velas mi suelo después de la jornada
Y ajustas al corpiño de mis eras el broche de la rosa;
Tú que haces florecer los arrayanes y endulzas los mortiños
Y repites tu cielo en los ojos sumisos de mi esposa;

Tú que me diste un alma campesina
Que cree en las campanas que llaman al rosario
Y que se aprieta, igual que una mulera,
Las indulgencias del escapulario;

Tú que me hiciste simple, con inédita arcilla de montaña
Y me enseñaste a perdonar la herida
Y a ver en tu evangelio de los pobres
La verdad, el camino y la razón eterna de la Vida;

Hazme instrumento de tu paz cristiana,
De la que necesitan mis maizales.
De esa paz que consuela los trapiches
Y echa a rodar canciones entre los cafetales;

Señor: haz que donde yo vaya
No llore un niño ni haya un padre ausente
Con esa ausencia amarga, con esa ausencia roja
Que arruga los claveles a la altura del pecho y de la frente;

Que no “ tope“, Señor, junto a la “ trocha”,
Al lado del yarumo solitario,
A una madre que enreda sus entrañas
En los rústicos brazos de un calvario.

Hazme señor, la gracia de ser  tu mensajero de cotizas;
Que donde llegue yo con mi mulada,
Sea la tierra buena y esté la fe junto al fogón prendida
Y el saludo sea simple y no tenga violencia la mirada;

Que el labriego no esconda la semilla
Por miedo al bandolero;
Que no haya hilos de sangre en los machetes
Ni cruces de madera en el lacre cansado del sendero.

Que el leñador regrese por la tarde
Con su fatiga al hombro, como cargando un trino;
Que en el rancho, la lampara votiva
Queme aceite y no llanto campesino.

Que si hay niños sin madre y sin juguetes,
Tengan, al menos, su ración de cielo;
Que no zurza responsos la abuelita
Ni fume mas ausencias el abuelo.

Tú que inventaste el trompo de “guayabo”
Y la muñeca de cartón y la sombra pequeña del niño montañero,
Hazle a los huerfanitos sin amparo
Aunque sea un amor de muñequero.

Diles que allá en tu reino,
Donde la espina sirve para coser el velo de la luna,
Está la madre remendando nubes
Para los niños que dejo en la cuna.

Yo que todos los días, desde que el sol despierta,
Llevo sobre mis mulas un “joto” de paisajes,
Quisiera ser un santo: San Juancho de arriería
Para rezar la patria que me aprendo en los viajes.

Y decir en las fondas: hermanos de mi angustia,
Barro del mismo barro, semillas de mi ancestro:
No asesinéis  la patria que la patria es tan dulce
Como en el niño pobre la voz del Padrenuestro.

Yo he visto madrugadas de Antioquia y del Tolima,
Son frescas y son pródigas como frutas maduras.
Allí la tierra curva un himno de azadones,
Un himno de retoños y un himno de herraduras.

Acompañadme, hermanos, por la región del  Cauca
Y os mostraré la piedra en moldes de hidalguía.
En Popayán cabalga de espuelas la esperanza
Y es sobre los blasones que se desmaya el día.

Vamos a pie por Caldas y entremos al Quindío;
Visitemos, de noche, sus aldeas dormidas,
Y los cafetos niños nos dirán que el futuro
Está esperando flores y no llantos y heridas.

Bajemos a Nariño. Silencios virreinales
Nos dirán que Colombia tiene estampa aldeana.
No le pidáis violencia a quienes son tan claros
Como en sus campanarios la voz de la campana.

En el valle del Cauca, corazón del azúcar,
En donde las palmeras son sombras de María
No cabe la tristeza ni un muerto por rencores
Porque nunca se ha visto de luto una sandía.

Sigamos tras las mulas al litoral de yodo
Y de arenas que cantan y de olas que besan;
El costeño no puede silenciar la alegría
Porque allí sangre y danza son dos ritmos que rezan.

Vamos a ver los Llanos donde el cielo va al anca
De los potros salvajes de cascos sobre el viento.
En su esmeralda cabe el corazón de América
Pero su paz se arruga con un remordimiento.

Por Boyacá he pasado: gente sencilla y buena
Para quien es la Virgen su novia campesina.
Si un boyacense mata  se entristece el paisaje
Porque en las romerías ya falta una guabina.

También he recorrido la fría altiplanicie
Donde el viejo Bochica peinó una catarata;
Y dentro del florero de González- Llórente
La libertad tenía rumor de serenata.

En el Choco he sentido más liviano el platino
Que el amor de la raza por su tierra bendita.
En el San Juan, los bogas hunden sus ojos negros
Para pescar canciones y ancestros de ebonita.

Tierra Santandereana: descalzo mis cotizas
Para entrar en tu historia de sangre comunera.
Tiene tanto heroísmo, que bastaría El Socorro
Para hacer otra patria si Colombia muriera.

Después de los combates tú tienes voz de agua
Y empujas tus bambucos como empujando un río.
Cuando un Santandereano tiene en su mano un tiple,
Es porque la bandera se le ha vuelto rocío.

Así quisiera hablarles, yo Juancho de Arriería,
A todos los hermanos de esta patria olvidada.
Hazme, Señor, la gracia de ser tu mensajero
De corazón sin odios y de conciencia honrada.

Y si tú me permites que yo hable como arriero
Y bendiga la tierra con fe y con mansedumbre,
Tal vez no haya más niños sin pan y sin juguetes
Y no haya más hogares sin amor y sin lumbre.

Tú, Señor, que me diste la sencilla alegría
De tener un ranchito lleno de tu presencia,
Déjame ser lo mismo que el Pachito de Umbría
Para amansarle al lobo su instinto de violencia.

Y verás que los hombres vuelven a ser felices
Y que en los campos tornan a florecer las eras,
Y un vendaje de olvidos, perdones y raíces,
Le curará a la patria sus cruces de madera.